Por Yoani Sánchez,
04/02/2013
Varias fotos y biografías se mostraban este domingo
a las afueras de cada colegio electoral en Cuba. La jornada transcurrió sin
sorpresas, ni encuestas previas. Estas últimas no eran necesarias, pues en
lugar de seleccionar entre varios candidatos, los electores sólo debían
ratificar a los propuestos. Votaban entre 612 candidatos a la Asamblea Nacional
para idéntico número de diputados que conformarán este máximo órgano del Poder
Popular.
En el parlamento que quedará conformado no habrá un
solo opositor, a menos que alguno de los propuestos lleve su inconformidad por
dentro, cubierta por una máscara de adhesión al actual Gobierno. Sorprende que
en un país con tantas polarizaciones ideológicas expresadas en tan alto número
de exiliados y en continuadas detenciones por motivos políticos, no exista una
representación de esa inconformidad en un Parlamento que se precia de
representar la diversidad nacional.
Según datos publicados en la prensa oficial entre
los miembros del nuevo parlamento figuran obreros, campesinos, cooperativistas,
maestros, médicos, científicos, escritores, artistas, líderes religiosos,
estudiantes, directivos de entidades productivas, combatientes de las Fuerzas
Armadas y el Ministerio del Interior, así como dirigentes políticos y
representantes del sistema del poder popular entre otros.
Más del 48% son mujeres, el 37%
son mestizos o de raza negra y más del 78% nació después de 1959. Abundan otros
datos que reflejan el equilibrio en nivel de escolaridad y distribución
territorial y que convencerían a cualquiera de que en Cuba los nuevos diputados
son un auténtico reflejo de la población. Sin embargo, cuando se leen las
biografías colocadas en los Colegios Electorales no se puede conocer cómo
levantaría su mano cada candidato para votar por la aprobación o negación del
matrimonio entre homosexuales, por ampliar o restringir el trabajo por cuenta
propia, por flexibilizar aún más las medidas migratorias o bajo cuáles
condiciones propondría sentarse a conversar con el gobierno de los Estados
Unidos.
Esto es así porque el Artículo 171 de la Ley
Electoral establece claramente que “todo elector sólo tomará en cuenta, para
determinar a favor de qué candidato depositará su voto, sus condiciones
personales, su prestigio, y capacidad para servir al pueblo". Más
adelante la norma dice: “La propaganda que se realizará será la divulgación de
las biografías, acompañadas de reproducciones de la imagen de los candidatos”.
O sea, que sólo se vota a partir de un retrato acompañado de una semblanza, sin
saber a ciencia cierta cuáles son los programas o tendencias de estos
representantes.
Que una ley electoral obligue a
algo tan subjetivo como “lo que elector deberá tomar en cuenta para determinar
su voto” y que además prohíba hacer campaña por determinados programas deja
claro que la democracia cubana no descansa en el principio de "unidad
dentro de la diversidad" sino de la poca diversidad en torno al único
partido permitido.
La propaganda oficial repite insistentemente que no
es el Partido Comunista quien propone a los candidatos sino las organizaciones
de masas, entiéndase la Federación de Mujeres Cubanas, los Comités de Defensa
de la Revolución, la Central de Trabajadores de Cuba, la Asociación Nacional de
Agricultores Pequeños, la Federación de Estudiantes Universitarios, La
Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media y la Asociación de Combatientes
de la Revolución. Pero basta leer los estatutos de estas entidades para
comprobar que en cada uno de ellas se declara la incondicional lealtad al
Partido a Fidel Castro y a la Revolución. Los máximos dirigentes de estas
instituciones son miembros del Comité Central del Partido Comunista o de su
filial juvenil y son ellos quienes designan a los miembros de la Comisión de
Candidatura.
Vale la pena añadir que está prohibido fundar
asociaciones paralelas, de manera que estas organizaciones de masa, en lugar de
representar los intereses de sus asociados ante el poder, resultan meras poleas
de trasmisión para hacer cumplir los designios del poder ante la población.
El listado final de candidatos se conforma con un
50% de entre quienes fueron elegidos como delegados de circunscripción y la
otra mitad la nombra la Comisión de Candidatura entre personalidades de la
cultura, el deporte, la ciencia o por sus méritos históricos. En el país hay
casi 15.000 circunscripciones, de manera que seleccionar de ellas unas 300
personas permite hacer una criba muy favorable para el Gobierno. La candidatura
realizada por estas comisiones es sometida a las Asambleas Municipales donde a
mano alzada los miembros de esas entidades aprueban las propuestas. No hay
noticias de que en una sola de estas reuniones haya sido revocada alguna
propuesta.
Para llegar hasta la Asamblea Nacional un opositor
no solo debería ser elegido como delegado de su circunscripción, sino que
tendría que superar los rígidos requisitos que tiene en cuenta la Comisión de
Candidatura, porque resulta más que obvio que nunca será contado en el otro 50%
de personalidades destacadas. Este proceso comienza con una asamblea de barrio
donde a mano alzada los vecinos tendrían que votar por él, como candidato, bajo
la mirada vigilante de los miembros de los Comités de Defensa de la Revolución,
los militantes del Partido y en ocasiones con la presencia de la Seguridad del
Estado, que suele ir allí donde viven los más conflictivos.
Algunos opositores y miembros de la sociedad civil
alternativa han intentado autoproponerse en estas asambleas de barrio y, sin
excepción, han sido encarados de forma contundente y de alguna manera
intimidatoria por los militantes del partido, quienes suelen concluir su
intervención con frases como “estamos seguros que nadie aquí va a votar por
este enemigo de la patria”. ¿Quién levantaría la mano con esos truenos?
Mientras existan estas reglas del juego no habrá
opositores en el parlamento y las leyes propuestas por el Ejecutivo seguirán
aprobándose de forma unánime o con amplia mayoría. La Asamblea Nacional seguirá
a años luz de ser el motor de los cambios en Cuba.
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