Por Luis Ugalde, 04/02/2013
Ineficiencia y corrupción gubernamentales no son nuevas en
Venezuela. Eran parte de un modo de hacer política que, con frecuencia,
prefería en los cargos a ineptos y serviles partidarios que a profesionales
capaces y honestos. Hace 15 años salir de la corrupción, del clientelismo
político y recuperar la eficiencia pública eran un gran anhelo y promesas de
cambio. Lamentablemente, hoy es evidente que han aumentado la corrupción y la
ineptitud. Luego de estar en el gobierno el tiempo de casi tres presidentes
(Betancourt, Leoni y Caldera) juntos, con mucho más poder y con ingresos
superiores a un millón de millones de dólares, los problemas del país se han
agravado y crece la frustración.
Pensaron que los militares
“pondrían orden” contra la violencia, pero en el último año superamos los
21.000 asesinatos. Es difícil entender que, con precios del petróleo diez veces
superiores, el endeudamiento se multiplique por siete pasando de US$ 30.000
millones (1999) a 210.000 millones (en 2012). Prometieron producción endógena
(dentro del país) y se importa todo, sobre todo alimentos, fomentando la
dependencia, el desempleo interno, la fuga de talentos y los negocios para los
productores externos y los importadores gubernamentales cubano-venezolanos.
¡Importamos hasta la producción de viviendas! Nuestra inflación en estos años
es tres veces superior al promedio latinoamericano.
Parto de la buena intención
original del régimen actual y de su deseo de sanar y salvar al país, pero si el
médico que prometió curar agrava la enfermedad, se impone la pregunta sobre su
diagnóstico y remedios totalmente desacertados.
En un libro de lectura
imprescindible para gobiernistas y opositores (Guayana: El milagro al revés. Edit.
Alfa), Damián Prat presenta de manera clara y documentada el
desastre de las industrias básicas de Guayana con pérdidas generalizadas e
insostenibles. En ellas, además de la incapacidad y corrupción, hay algo más
grave: el empeño obstinado, con ciego dogmatismo ideológico, de inventar una
economía anulando los resortes de la productividad y del éxito empresarial. Es
orden presidencial: “Estas empresas
socialistas y cooperativas no son para obtener beneficios ni ganancias,
sino para recibir lo justo para vivir y dar el resto a la comunidad”.
Suena hermoso y humanitario, pero es una sentencia de muerte para los
trabajadores y ruina para la economía del país. Las grandes empresas básicas
están a pérdida, varias ya no pueden pagar la nómina y necesitan subsidios
petroleros nacionales y ayuda de chinos, suizos, franceses…, a cambio de
entregarles los recursos naturales y el negocio. ¡Trágico! Lo mismo
ocurre con el petróleo, la agricultura, servicios y hasta educación y salud.
En los primeros meses del
gobierno en 1999 el grupo investigador de la UCAB del estudio sobre los caminos
para salir de la pobreza multi-causal (clave de toda política nacional), fue a
ofrecer al Presidente los resultados de la investigación. Considerábamos
nuestro deber contribuir con un gobierno que quería cambiar las cosas. La
reunión fue muy cordial y las preguntas e intervenciones del Presidente
pertinentes. Casi al final dijo algo que suena muy bien, pero que es trágico e
inolvidable: “Tenemos que inventar una nueva economía”. “Inventar economía” es
tan disparatado como nosotros “inventar una nueva cardiología”. Para ello el
Presidente ha demostrado su audacia y ha tenido recursos económicos sin
límites, como nadie en toda nuestra historia. Pero una cosa es recrear la
sociedad, la política y la economía (algo absolutamente necesario) y otra
“inventar” la economía, que para él significa volver al trueque (sin dinero que
es encarnación del mal), eliminar el interés y la ganancia de la empresa, con
“lo justo para vivir” y “dar el resto a la comunidad”. Suena hermoso y
angelical, pero es un gran disparate este viejo sueño del “comunismo utópico”.
Sin búsqueda de ganancia no hay esfuerzo productivo. Por eso está Cuba en la
miseria, sin productividad y sin salida. La idea de que la plusvalía en la
empresa solo se debe a las horas de trabajo de los proletarios, sin agregar
formación ni especialización, ni innovación tecnológica, ni riesgo creativo, ni
inversión…, lleva por igual al fracaso y al odio contra los empresarios,
cuya esencia criminal sería apropiarse del esfuerzo y de la sangre del
trabajador. Hoy chinos, rusos, vietnamitas y cubanos (estos todavía sin poder
salir de su trampa) saben que no hay economía creativamente exitosa, sin
interés, productividad y ganancia empresarial.
Otro punto es la
institucionalidad social para que los intereses propios se conviertan en bien
de toda la sociedad y no únicamente de unos pocos. El mercado libre, sin
normas, ni ley produce monstruos de riqueza y de pobreza. Se necesita
institucionalidad con un Estado democrático y cultivo de lo público, con moral,
leyes y sociedad solidaria organizada para lograr alta productividad económica,
social y política para la vida digna y libre de todos los venezolanos.
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