Escrito por Adela Cortina Viernes, 01 de Febrero de 2013
La democracia representativa no es el
gobierno del pueblo, en ningún lugar de la tierra gobierna el pueblo. Es más
bien el gobierno querido por el pueblo, y ni siquiera eso: es el gobierno
querido por la mayoría del pueblo, incluso por la minoría cuando los partidos
en el poder no tienen mayoría absoluta. Cómo se forma esa mayoría cuyos
representantes pactan con las minorías es un gran problema.
Puede hacerse por agregación de los
intereses de los votantes. Los partidos políticos compiten por sus votos
tratando de sacar a la luz cuáles pueden ser los intereses de los distintos
sectores y les aseguran que van a satisfacerlos. Las gentes sopesan bien las
diferentes ofertas, las estudian y optan por las que les parecen mejores. El
deliberacionista critica esta forma de actuar porque la considera equivocada.
No nacemos ya con intereses, sino que los intereses se forman socialmente, ni
es auténtica democracia aquella en que las gentes buscan su interés particular,
como si no fuera posible forjarse una voluntad común mediante la deliberación y
el intercambio de argumentos. Esto es lo propio de un pueblo, de un demos, el
poder decir “sí, nosotros queremos”, y sin él no hay democracia posible. Aquí
en España no hay nosotros que valga, y cuando lo hay, es contra otros.
Pero tampoco es muy seguro que estemos
mostrando el caletre necesario para sopesar qué nos interesa, para estudiar las
propuestas y pedir responsabilidades cuando no se cumplen. Estamos más bien en
manos de quien nos sepa manipular.
Como el colesterol, que puede ser malo
o bueno, hay una buena retórica y una mala. La primera trata de conocer los
sentimientos de los interlocutores para que puedan entender el mensaje que se
les quiere transmitir y por qué les beneficia. El mensaje, claro está, ha de
ser bueno para ellos. Si no se logra la sintonía, si no se alcanza la
comunicación, entonces el buen mensaje no llega. La mala retórica, por su
parte, trata también de conocer los sentimientos de los interlocutores, pero
para intentar colocarles el producto que interesa al retórico sin que se den ni
cuenta, aunque se produzca con ello un daño irreparable. Al arte el de la mala
retórica se le puede y debe llamarse manipulación. En él tienen un papel clave
los medios de comunicación con sólo destacar unos sucesos u otros, con sólo
subrayar unas frases y callar otras.
Que un país sumido en una brutal
crisis económica tenga que soportar que el Gobierno se ocupe de eliminar de la
enseñanza pública la asignatura Educación para la Ciudadanía es un síntoma
pésimo. Se trata de un país que no tiene pueblo, sino masa, dispuesta a seguir
bailando a cualquier flautista embaucador.
Algunos hemos dicho que la asignatura
no va a forjar ciudadanos comprometidos ni detritus sociales, que el asunto son
los manuales y quién imparte la asignatura, y sobre todo que el problema de la
educación no se reduce a enseñar el uso del preservativo, que es lo que al
parecer les importa a representantes visibles de los dos grandes partidos.
Cuando la educación en su conjunto es deplorable y los alumnos llegan a la
Universidad con un nivel cada vez más bajo.
Hay muchas tareas pendientes para la
construcción de una democracia: crear partidos democráticos, capaces de
contagiar a la sociedad democracia y pluralismo, poner trabas al gobierno de
las minorías, quitar fuerza a los aparatos de los partidos, promover una
ciudadanía activa. Pero la más importante consiste, a mi juicio, en formar
mayorías cultivando pueblo y no masa.
Catedrática de Ética y Filosofía
política de la Universidad de Valencia
Recibido por correo
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