Por Mario Villegas, 03/02/2013
Columna de Puño y Letra
Pocas horas han pasado desde que fui víctima
de un asalto por parte de dos motorizados. Por suerte salí ileso, aunque
despojado de mi cartera con documentos y objetos personales, tarjetas de
crédito y débito, algo de dinero en efectivo, el reloj, un modesto pero
utilísimo blackberry que uso como instrumento de trabajo y mi inseparable anillo
de matrimonio.
Curiosamente hace apenas un mes, el domingo
30 de diciembre, justo el día que cumplí 60 años, había publicado con este
mismo título un artículo en el que dibujaba la grave inseguridad que atormenta
a quienes vivimos en las vecindades de la poderosa PDVSA. Procedo a
reproducirlo de seguidas para llamar otra vez la atención de unas autoridades oficiales
que son ciegas, sordas y mudas ante la intolerable acción delictiva de un
hamponato que se ha hecho dueño de toda Venezuela. Aquí va el texto completo:
“Si el modelo de seguridad que postula el
gobierno es el que se ve por la zona donde este servidor habita, está muy lejos
de producir los resultados de que alardean las autoridades y mucho más lejos de
lo que los ciudadanos esperan.
Hace unos días y a plena luz del sol, tres de
los doce apartamentos del edificio en el que vivo fueron impunemente
violentados por delincuentes y dos de ellos parcialmente desvalijados. Sus
propietarios estaban ausentes, por lo que al menos no se vio en peligro su
integridad personal. Semanas atrás, algo parecido había ocurrido en un edificio
vecino, donde los antisociales hasta metieron un camión, amenazaron a punta de
pistola a varios residentes y saquearon sus apartamentos.
Pero eso no es todo. En la misma cuadra, dos
personas han sido asesinadas a tiros y otras heridas, mientras que en la misma
manzana varias han sufrido los rigores del secuestro, numerosas asaltadas y
despojadas de sus carteras, celulares y demás pertenencias, gran cantidad de
automóviles han sido robados, sopotocientos viandantes víctimas de arrebatones
y unos cuantos comercios atracados, uno de ellos con decenas de clientes
adentro. Para remate, en el sector pululan indigentes, malandrines, drogadictos
y borrachines, que completan un cuadro de extrema inseguridad. ¿O será acaso
una “sensación”, como ha afirmado esa caja de sorpresas en que se ha convertido
el colega José Vicente Rangel?
Va para dos años que el jefe de la Guardia
Nacional en el sector asistió a una asamblea con el consejo comunal y los
vecinos, donde el oficial prometió vigilancia y patrullaje, lo cual
efectivamente cumplió durante un par de días. Desde entonces, la orfandad de la
comunidad es total. No se ve a una sola patrulla, mucho menos a efectivos
militares o policiales en recorridos por la zona.
Y, por cierto, no vivo en Miranda, que según
el gobierno es el estado más inseguro del país. Resido en La Campiña, parroquia
El Recreo del Municipio Libertador, cuyo alcalde no es el
inepto/escuálido/ apátrida/majunche Henrique Capriles Radonski sino el
eficiente/revolucionario/patriota/magnífico Jorge Rodríguez.
Cómo será la cosa en La Campiña que hasta
PDVSA, habitualmente custodiada por la GN, cuyo módulo al frente del la petrolera
fue desvalijado por los malandros, creó un cuerpo parapolicial exclusivo y muy
bien dotado con el fin de prestarle seguridad a su propio personal en los
alrededores de la sede. Los vecinos, en su mayoría clase media modesta y
trabajadora, no tienen el músculo financiero para hacerse de una gran red de
vigilantes parecida al órgano que la empresa de los hidrocarburos se paga para
sí misma con el petróleo que pertenece a todos los venezolanos. Así que en La
Campiña, lo único seguro es PDVSA.
Es un acierto la creación de la Universidad
de la Seguridad y de la Policía Nacional Bolivariana. Pero cuando se escucha a
los jerarcas oficiales hablar de las políticas de seguridad y de sus
maravillosos resultados, cualquiera siente como si estuviesen hablando de un país
distinto a éste que nos toca vivir a los demás ciudadanos”.
Publicado en la Edición Impresa del diario
2001
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