Jean Maninat 31 de julio de 2015
@jeanmaninat
El primer ministro Tsipras viene de
anunciar que estaría considerando adelantar las elecciones en Grecia de seguir
el asedio de los sectores radicales de su partido, Syriza, sobre su gobierno,
por haber aceptado la casi totalidad de las condiciones impuestas por los
socios europeos para volver a sacarle las patas del barro a la economía griega.
En muy poco tiempo, salió de su ensueño y tuvo que quitarse el antifaz y la
capa de superhéroe reivindicador, para confrontar la difícil tarea de gobernar
responsablemente.
En España, Podemos, el partido
revelación, el milagro producto de las llamadas “tertulias televisivas”,
empieza a perder aliento, a rezagarse tras las dos grandes organizaciones tradicionales
del bipartidismo español, el PP y el PSOE. Su secretario general, Pablo
Iglesias, se hizo elegir como candidato a las elecciones generales, en unas
primarias contestadas desde el inicio por los sectores más apegados al
asambleísmo de base originario. A paso agigantado, Iglesias recurre a los pases
y verónicas de la política tradicional. Las apuestas corren altas acerca de
cuándo se cortará la coleta -literalmente- para ganarse unos votos más aquí y
allá.
En cierto sentido son buenas noticias.
El fuego de la política hace madurar a sus practicantes y sólo los más díscolos
y atolondrados persisten en repetir viejas fórmulas para terminar en el foso de
la historia. Los dirigentes de la revolución cubana tardaron más de diez
lustros en descubrir que la economía abierta era más eficaz que la teledirigida
y los odiados cruceros repletos de gringos, mojito en mano, hacen fila para
anclar en La Habana. Tanta miseria por un cucurucho de maní… ¡Pero bienvenida
sea la media vuelta!
El PT brasileño (fundado por un obrero
metalúrgico, Luiz Inácio,Lula, da Silva y un exguerrillero urbano, José Dirceu)
ha sido por años columna vertebral del extremista Foro de Sao Paulo; pero una
vez en el poder aparcó su radicalismo de izquierda, y se acercó con tal entusiasmo
al sol de las grandes empresas capitalistas, que hoy su militante estrella, la
presidenta Dilma Rousseff, tiene las alas achicharradas.
Sobran los ejemplos de estas
conversiones súbitas, escabrosas en algunos casos, saltos mortales que, con
algo de mala suerte, aterrizan con el coxis. Pero sobran también los ejemplos
de tenaz y pausada labor en pos de una prosperidad general, que permita vencer
las brechas de desigualdad social y avanzar en la globalización blindados por
una armonía social sólida. No hay recetas mágicas, aún los plácidos socialistas
escandinavos conocen las turbulencias de estos tiempos.
El reformismo de los partidos
socialdemócratas y socialcristianos fue por decenios desdeñado por los altivos
marxistas bolcheviques: renegados, entreguistas, claudicantes,
colaboracionistas, traidores, socialfascistas eran los epítetos de rigor en
contra de quienes no quisieran remedar la toma del palacio de invierno de los
zares por los comunistas en pleno sol africano, o seguir a pies juntillas los
dictados de Lenin y de Stalin. Quienes así lo hicieron, sumieron a sus
sociedades en el atraso, la desigualdad y la esclavitud.
No hay esperanzas de que el gobierno
cambie de rumbo por cuenta propia. Ni de que escuche con atención los consejos
de sus amigos y valedores en la región. “Es que no escuchan” dicen que gritan
con exasperación los asesores brasileños. A partir del 06D, si se consolida el
triunfo de la oposición que anuncian las encuestas y se defiende en la mesas de
votación, se podrá impulsar desde la Asamblea Nacional las reformas
imprescindibles que el gobierno desestima hoy por su cerrazón ideológica. Sólo
votando masivamente, habrá cambio.
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