Por Antonio Pérez Esclarín
El 6 de diciembre, los
venezolanos votamos masiva y cívicamente por la democracia, el bienestar, la
convivencia pacífica y la solución de los gravísimos problemas que padecemos
como la escasez, la inflación, la inseguridad, la corrupción y la violencia.
Esperamos que los líderes políticos de ambos bandos sepan leer apropiadamente
los acontecimientos, estén a la altura del pueblo y se dediquen no a
enfrentarse entre ellos, sino a enfrentar los problemas mediante el diálogo y
la negociación.
El diálogo implica búsqueda
permanente, creación colectiva; supone problematizarse, hacerse preguntas. El
diálogo sólo es posible en un ambiente de respeto, confianza, sinceridad,
escucha y humildad, para reconocer que nadie es dueño absoluto de la verdad,
sino que la verdad se va haciendo y construyendo en el compartir de
ideas, reflexiones, propuestas y experiencias.
No es fácil dialogar pues el
diálogo verdadero es una práctica no exenta de conflictos,ya que no suele
establecerse desde las coincidencias, sino desde las opiniones, puntos de
vista, valoraciones y proyectos diferentes. De ahí que la pedagogía del diálogo
debe también asumir la pedagogía del conflicto y la negociación, como medios
para superar las diferencias y construir acuerdos básicos para la acción
colectiva. Para gestionar pedagógicamente los conflictos, hay que
vivirlos en términos de lealtad y de disponibilidad a la autocrítica, para así
superar los prejuicios y suposiciones. La autocrítica, tanto individual como
colectiva, es una maravillosa estrategia de crecimiento. Ella nos puede liberar
del conformismo, la soberbia y la mediocridad.
Para que el diálogo sea
fructífero, hay que romper las barreras mentales y conductuales de los que
dialogan. No hay posibilidad de diálogo desde la rigidez en las maneras de
pensar, y desde la altanería y el desprecio del otro. De ahí la necesidad de
fomentar cambios de actitudes en los políticos que deben comprender que la
política es el arte de conciliar las diferencias, mediante una palabra sincera
y respetuosa, abierta a la escucha y el silencio, teniendo siempre en el
horizonte el bien común.
El diálogo requiere de una
serie de condiciones: fe en el otro, a quien se considera conciudadano, capaz
de escuchar y de aportar, que defiende con fuerza sus puntos de vista
pero tiene la disposición a modificarlos en procura del bien común;
esperanza de que es posible cambiar y superar los problemas, abandonando las
prácticas y propuestas que han demostrado su ineficacia, pues como decía
Einstein, “no hay mejor prueba de imbecilidad que esperar resultados diferentes
haciendo siempre lo mismo”; y amor, para superar los prejuicios e
involucrarse en una relación afectiva con el otro pues el diálogo es algo más
que intercambio de opiniones y propuestas.
El diálogo no es sólo sobre
algo, sino fundamentalmente con alguien, un conciudadano que también procura el
bienestar general.
El diálogo se opone por igual
a todo tipo de autoritarismo de los que, por creerse poseedores de la vedad,
acaparan la palabra y la transmiten e imponen para que sea repetida; y a las
diferentes formas de populismo y mesianismo que, hablando supuestamente en
nombre del pueblo, le impiden expresar su propia voz y desarrollarse como
sujetos autónomos.
28-12-15
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