Fernando Mires 11 de enero de 2017
Tranquilo,
no voy a escribir en estas líneas un tratado de ética. Para eso está el
Nicómaco de Aristóteles, y si alguien quiere entretenerse, el Amador de
Fernando Savater. Pero la verdad es que el concepto de ética se ha convertido
en una dama para todo servicio. Basta que alguien publique algunas notas
divergentes para que quien no está de acuerdo te imparta un curso de ética.
Algunos incluso la usan como sinónimo de moral sin decir si se refieren a una
moral universal o a la que les inculcó su mamá. Quizás por ahí hay que
comenzar.
Ética
es una palabra que viene de Grecia y moral otra que viene de Roma. Por eso una
de las primeras premisas de Aristóteles es que la ética depende de condiciones
de tiempo y lugar, es decir, no hay una ética universal y absoluta. Lo que es
ético aquí puede que no lo sea allá. Ni lo que es para mí, que lo sea para ti.
Aristóteles
estableció, además, una segunda premisa; a saber, la ética proviene de la
discusión. Hoy diríamos, en concordancia con Habermas, la ética es un concepto
discursivo. Nunca termina de hacerse. Muy diferente para los romanos.
Para
los romanos la ética debía ser pre-scrita y luego codificada. Esa ética
pre-scrita es lo que llamamos moral. Y sobre moral no se discute. La moral
romana –es decir, la moral- está más cerca de la ley moderna que de la ética
griega. Del mismo modo los mandamientos de las religiones no están sujetos a
revisión. Mandan y punto. En cambio es imposible imaginar una ética sobre la
cual no se discuta.
Podemos
entonces decir que la ética es situacional y grupal a la vez. En ese sentido
debemos distinguir tres tipos de ética. La que viene de la tradición, la que
viene de los grupos (profesiones por ejemplo) a los cuales pertenecemos (o
ética situacional) y en el último tiempo, las que se deducen de alguna
ideología. De tal modo que si alguna vez alguien te acusa de no ser ético,
debes preguntarle a cual de esas éticas se refiere porque de otro modo no se
entiende nada.
Más
importante todavía es establecer una relación entre la ética y las leyes. Pues
desde que hay leyes nos regimos por ellas y no por éticas que cada uno pueda
interpretar a su gusto y antojo. Recordemos en este punto a Kant. Cuando no hay
leyes, apelamos a las máximas, decía. Pero las máximas no pueden sustituir a
las leyes, agregaba. Más aún, las máximas (que al no ser leyes son normas
éticas) deben ser deducidas si no de la letra por lo menos del sentido de las
leyes. La conclusión es obvia: ninguna razón ética puede ser
anti-constitucional, aún cuando opere sobre un “vacío” constitucional.
Efectivamente: no hay mayor falta a los principios éticos que actuar u opinar
en contra de lo que dicen las leyes.
Eso
significa: si alguien realiza sus actos de acuerdo a la constitución y las
leyes, no puede ser juzgado por ningún principio ético. Solo en ausencia de ley
adquiere la ética su razón de ser.
Pero
como está dicho, las leyes no cubren todo los espacios de la vida. Un profesor,
por ejemplo, puede ser muy buen padre de familia y en su casa ser ético, pero
si no prepara sus clases, en su profesión no lo es. La ética, entonces, es un
concepto plural. No existe “la” ética, solo hay éticas (familiar, ciudadana,
profesional). Incluso las unas pueden entrar en conflictos con las otras. Creo
que no necesito dar ejemplos. Casi no hay ser humano que no haya sido sometido
alguna vez a un conflico inter- ético. Son los también llamados conflictos de
lealtades. ¿A quién ser más leal? ¿A la novia o a la madre? ¿Al esposo o al
amante? ¿A la familia o a la patria? ¿A mi religión o a la constitución? ¿A la
música o a la política? Los psicoanalistas conocen muy bien esos conflictos. Saben también que si
esos conflictos no existieran, ellos, los psicoanalistas, serían más pobres.
¿Hay
una ética política? Por cierto, el político que ofrece el cielo sin saber como
alcanzarlo, carece de ética profesional. Pero eso vale solo para los políticos
y no todos, al menos de profesión, lo somos. Eso quiere decir: nadie puede ser
juzgado éticamente por algo que no es o no hace. Juzgar por ejemplo a un
artista por su adhesión o no adhesión política cuando esta no viola a la ley es
un absurdo despropósito. Presionarlo, además, para que adscriba a una causa
política, e insultarlo si no lo hace, es un agravio a la ley, a la moral y por
lo mimo, a toda ética.
Por si
alguien no ha entendido, lo dicho significa lo siguiente: si alguien es
socialista, conservador, liberal, incluso fascista (en el caso en que los
fascistas estén legalizados) o simplemente un ni-ni o un no-no, está en su
pleno derecho. Y cuando hay derecho, no hay ética que valga. Naturalmente,
podemos discutir a cada uno lo que políticamente es o representa. Podemos -en
muchos casos, debemos- polemizar con sus
posiciones. Pero no podemos cuestionar su derecho a ser o no ser lo que alguien
es o ha decidido ser o no ser, de acuerdo a las garantías, derechos y deberes
que ofrecen la constitución y las leyes.
Esas
solo son algunas reglas básicas de la ética. Por cierto, hay además una ética
democrática. Una de sus razones nos dice que debemos aceptar (aceptar no quiere
decir compartir) las decisiones que no nos gusten cuando ellas están
circundadas por un marco constitucional. Si no fuera así la democracia sería
una imposibilidad. Ese principio es válido también en países dominados por
dictaduras o tiranías. En ellos la constitución ha sido violada por el propio
poder establecido. En la mayoría de esos países los ciudadanos luchan y se
organizan por el restablecimiento de las
libertades constitucionales. Mal podrían hacerlo si sustituyen los principios
constitucionales por un puñado de normas éticas sujetas a la libre
interpretación de cada cual. Razón de más para repetir la idea central de este
breve artículo: no hay mejor ética que la que no contradice ni la letra ni el
sentido de una constitución.
Las
leyes nacieron de las éticas. Pero después que nacieron las leyes, las éticas
nacen de las leyes.
Pienso
que con esta última frase he dado justo en el clavo. Voy a patentarla.
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