Fernando Mires 02 de febrero de 2017
Lo que
es bueno para unos no lo es para otros. Mientras una fracción de los
socialistas franceses (PSF), la vencedora en la segunda vuelta, la
izquierda-izquierda del ex ministro Benoit Hamon vive su momento de euforia, el
partido comienza a disgregarse. Los comicios presidenciales dejarán a los
socialistas en los sótanos más profundos de toda su historia. Cuando más, en el
quinto lugar, aseguran las encuestas.
Hamon
y los suyos opinan como si el triunfo de su fracción política fuera el
acontecimiento histórico que salvará a Francia de todos sus problemas. Pero
todos saben que ese dudoso éxito solo se explica porque precisamente Hamon
obvió esos problemas. Toda la campaña de Hamon fue sostenida sobre la promesa
de un demagógico “salario mínimo universal”.
Nadie
puede vaticinar si el socialismo francés está llegando a su fin. Pero los
síntomas se acumulan. No solo porque el grado de desaprobación con el cual se
despide el gobierno Hollande es enorme (¡80%!), ni porque se encuentra dividido
en fracciones irreconciliables, sino porque con la derrota de Manuel Valls ha
perdido su centralidad política. Ese mínimo que se necesita para conectar con
el resto de los partidos que defienden la sociedad liberal, de la cual los
socialistas llegaron a ser uno de sus pilares.
El
propósito de Hamon para arrastrar al PSF hacia una alianza con la izquierda
excéntrica comandada por Jean- Luc Mélenchon, hace recordar a los esfuerzos de
Pedro Sánchez en España cuando intentó unir al PSOE con el Podemos de Pablo
Iglesias. Infortunado proyecto que casi termina con la existencia del PSOE.
En
otras palabras, con Hamon a la cabeza, el PSF se alejará del eje democrático
liberal. Los socialistas de Valls, advirtiendo el peligro, no tendrán más
alternativa que apoyar al ex disidente de Hollande, Emmanuel Macron, hoy
situado en la centro-izquierda. Gran parte de los partidarios de Valls ha
anunciado que no harán campaña electoral a favor de Hamon.
Desde
aquí a Abril, cuando tengan lugar las elecciones presidenciales, pueden pasar
muchas cosas. Pero lo que ha pasado hasta ahora, no trae consigo buenos
augurios.
Si
todo sucede de acuerdo a probabilidades, en Francia, como ya es casi costumbre,
se resolverá la elección a través de una asociación a última hora de las
fuerzas democráticas alrededor de los conservadores representados esta vez por
François Fillon. Pero para que esa alianza tenga lugar se requiere un mínimo de
convergencia entre las partes.
Un PSF
dirigido por Hamon, en plena fuga hacia la izquierda, hará muy difícil la
formación de un sólido frente anti-lepenista. Todo lo contrario: polarizará al
país y aumentará la abstención. Justo lo que conviene a Le Pen.
Como
si fueran pocos los problemas, Fillon, en lugar de abrirse hacia el centro ha
derechizado más su posición en los momentos en que, junto a su esposa, se ve
envuelto en un feo caso de corrupción. Corrupción normal en la política, pero
cuando afecta a alguien como Fillon, un predicador moralista, suele ser letal.
Hoy Fillon aparece más débil que en los días en los cuales logró derrotar a
Alain Juppé. En fin, en Francia parece que todos se hubieran puesto de acuerdo
para trabajar a favor del FN.
Podemos
imaginar la sonrisa dibujada en el rostro de Marine Le Pen. Si las elecciones
tuvieran lugar mañana, el resultado sería desastroso para la franja
democrática. Solo cabe esperar que en el tiempo que resta aparezcan algunas
luces. Después del Brexit, en medio del auge trumpista, un triunfo de Marine Le
Pen sería fatal para la democracia liberal europea.
En
Alemania en cambio ha sucedido algo positivo a favor de las fuerzas
democráticas. Angela Merkel, muy sola en su lucha contra Alternativa
para Alemania (AfD) y del apoyo que esta recibe desde Rusia y los EE
UU, ha recibido un regalo inesperado. El regalo se llama Martin Schulz, ex
futbolista, ex alcalde de la pequeña ciudad de Würselen, ex alcohólico y ex
Presidente del Parlamento Europeo.
Schulz
desplazó a Sigmar Gabriel de la presidencia del SPD y por añadidura de su
candidatura al puesto de canciller en una coalición “de izquierda” formada por
el SPD, Los Verdes y Die Linke (La
Izquierda). Por cierto, la línea de Schulz no se diferencia de la de
Gabriel, y como suelen ser los socialistas, Schulz también es populista y
demagogo. Pero el cambio personal es importante.
Schulz,
no solo por ser nuevo en la escena política alemana, genera más simpatía que
Gabriel entre las bases socialistas. En un breve lapso logró aumentar en un 3%
la aprobación del SPD. Incluso socialistas retirados del partido han vuelto al
redil. En cierto sentido Schulz ha repolitizado al socialismo alemán. Y, aunque
parezca paradoja, eso es bueno para Merkel. ¿Por qué? Por tres razones.
La
primera razón es que, con una dirección renovada, el elan del
SPD hará disminuir la abstención general. Y allí donde la abstención es alta,
crecen los radicales de ultra-derecha. Siempre ha sido así.
AfD,
no hay que olvidarlo, es un partido que no solo alienta la xenofobia sino,
además, dirige sus dardos en contra de la política europeísta de Merkel.
El SPD
crecerá, pero no lo suficiente como para cuestionar la hegemonía de Merkel. Un
SPD algo más fuerte arrebatará, además, votos a la Linke y a los
Verdes pues estos dos últimos solo crecen a expensa de los
socialistas. Luego, hay que contar con que Merkel gobernará nuevamente sobre la
base de una gran coalición formada por CDU/CSU y SPD. Los primeros algo
disminuidos y los segundos algo más fuertes. Esa es la segunda razón que
favorece a Merkel.
Angela
Merkel tiene más problemas en su propio reducto que con el SPD. Hay fracciones
de la CSU cuyas políticas están más cerca de AfD que de Merkel. Exigen una
reducción radical del número de extranjeros, alientan a las deportaciones y
están muy cerca del eje anti- UE que se fortalecerá si cristaliza la alianza
Trump/Putin. Los socialistas de Schulz, en cambio, sin ser anti-putinistas, ya
están movilizados en contra de Trump.
Como
si hubiera querido despejar dudas, Merkel, después de que el presidente de la
CSU, Horst Seehoffer, exigiera levantar las sanciones a Putin, se entrevistó
con el presidente de Ucrania, Petro Poroshenko. Uno de los temas: la eventual
entrada de Ucrania a la EU. El día anterior Merkel se había expresado duramente
en contra de las deportaciones que lleva a cabo Trump en USA. Eso se llama,
pasar a la ofensiva.
Merkel
se ha dado cuenta que no las tiene fácil. Con o sin el triunfo de Marine Le
Pen, en 1917 comienza la batalla por Europa. Sabe también que el enemigo
declarado de “los europeos anti-europeos” es la UE. Y esa es la tercera razón
por la cual el éxito de Martin Schulz le viene como anillo al dedo.
A
diferencias de Gabriel (lamentablemente, futuro Ministro del Exterior) Schulz
es un europeísta declarado. Su vida política la debe a la UE. En cierto modo es
el representante simbólico de la UE en Alemania. Sobre ese tema puede
entenderse mejor con Merkel que con la gente de su partido. Lo mismo sucede con
Merkel. En consecuencias, si el diablo no se mete en el medio, la alianza
Merkel/Schulz ya está programada. Ojalá sea así. Merkel no puede dar la batalla
sola. Para oponerse a un poderoso frente externo necesita de un sólido frente
interno. Y lo que no da la CDU/CSU puede prestarlo el SPD.
En
suma: mientras la debacle del PSF arrastra consigo a toda la política
democrática francesa, la recuperación del SPD puede significar lo contrario: el
fortalecimiento de las huestes que tanto necesita Angela Merkel en su lucha
contra los enemigos de “la sociedad abierta”, tanto dentro como fuera de
Alemania.
PS- Recientes encuestas francesas (01.01. 2017) muestran que repentinamente Macron (centro-izquierda) está a la par e incluso supera a Fillon y que en una segunda vuelta Macron superaría a Marine Le Pen. Así como Obama poco antes de despedirse dijo, "si yo fuera alemán votaría por Angela Merkel", podría haber dicho también: "Si yo fuera francés votaría por Emmanuel Macron". Un eje Merkel-Macron sería lo mejor que podría pasar en Europa. Pero falta tiempo y los electores -sobre todo los franceses- suelen ser muy veleidosos.
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