Francisco Fernández-Carvajal 07 de diciembre de 2018
— La
Virgen en el misterio de Cristo.
— Su
plenitud de gracia recibida en el instante de su Concepción Inmaculada.
— Para
imitar a la Virgen es necesario tratarla. Devociones.
I. Desbordo
de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios; porque me ha vestido un traje de
gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novia que se adorna con sus
joyas1.
Son palabras que la Liturgia pone en labios de Nuestra Señora en esta
Solemnidad, y expresan el cumplimiento de la antigua profecía de Isaías.
Todo
cuanto de hermoso y bello se puede decir de una criatura, se lo cantamos hoy a
nuestra Madre del Cielo. «Exulte hoy toda la creación y se estremezca de gozo
la naturaleza. Alégrese el cielo en las alturas y las nubes esparzan la
justicia. Destilen los montes dulzura de miel y júbilo las colinas, porque el
Señor ha tenido misericordia de su pueblo y nos ha suscitado un poderoso
salvador en la casa de David su siervo, es decir, en esta inmaculadísima y
purísima Virgen, por quien llega la salud y la esperanza a los pueblos»2,
canta un antiguo Padre de la Iglesia.
La
Trinidad Santa, queriendo salvar a la humanidad, determinó la elección de María
para Madre del Hijo de Dios hecho Hombre. Más aún: quiso Dios que María fuera
unida con un solo vínculo indisoluble, no solo al nacimiento humano y terrenal
del Verbo, sino también a toda la obra de la Redención que Él llevaría a cabo.
En el plan salvífico de Dios, María está siempre unida a Jesús, perfecto Dios y
hombre perfecto, Mediador único y Redentor del género humano. «Fue predestinada
desde toda la eternidad como Madre de Dios juntamente con la
Encarnación del Verbo, por disposición de la Divina Providencia»3.
Por
esta elección admirable y del todo singular, María, desde el primer instante de
su ser natural, quedó asociada a su Hijo en la Redención de la humanidad. Ella
es la mujer de la que nos habla el Génesis en la Primera lectura de
la Misa4. Después de cometido el pecado de origen, dijo Dios a la
serpiente: Pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y
la suya. María es la nueva Eva, de la que nacerá un nuevo linaje, que es la
Iglesia. En razón de esta elección, la Virgen Santísima recibió una plenitud de
gracia mayor que la concedida a todos los ángeles y santos juntos, como
correspondía a la Madre del Salvador. María está en un lugar singular y único
entre Dios y los hombres. Ella es la que en la Iglesia ocupa después de Cristo
el lugar más alto y el más cercano a nosotros5;
es el ejemplar acabado de la Iglesia6,
modelo de todas las virtudes7,
a la que hemos de mirar para tratar de ser mejores. Es tan grande su poder
salvador y santificador que, por gracia de Cristo, cuanto más se difunde su
devoción, más atrae a los creyentes hacia su Hijo y hacia el Padre8.
En
Ella, purísima, resplandeciente, fijamos nuestros ojos, «como en la Estrella
que nos guía por el cielo oscuro de las expectativas e incertidumbres humanas,
particularmente en este día, cuando sobre el fondo de la liturgia del Adviento
brilla esta solemnidad anual de tu Inmaculada Concepción y te contemplamos en
la eterna economía divina como la Puerta abierta, a través de la cual debe
venir el Redentor del mundo»9.
II. Alégrate,
llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre todas las mujeres10.
Por
una gracia del todo singular, y en atención a los méritos de Cristo, Santa
María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original, desde el primer
instante de su concepción. Dios «la amó con un amor tan por encima del amor a
toda criatura, que vino a complacerse en Ella con singularísima benevolencia.
Por esto, tan maravillosamente la colmó de la abundancia de todos sus dones
celestiales, sacados del tesoro de su divinidad, muy por encima de todos los
ángeles y santos, que Ella, absolutamente libre siempre de toda mancha de
pecado, y toda hermosa y perfecta, manifestó tal plenitud de inocencia y
santidad, que no se concibe en modo alguno mayor después de Dios ni nadie puede
imaginar fuera de Dios»11.
Esta
preservación del pecado en Nuestra Señora es, en primer lugar, plenitud de
gracia del todo singular y cualificada; la gracia, en María enseñan los
teólogos, se adelantó a la naturaleza. En Ella todo volvía a tener su sentido
primitivo y la perfecta armonía querida por Dios. El don por el que careció de
toda mancha le fue concedido a modo de preservación de algo que no se contrae.
Fue exenta de todo pecado actual, no tuvo ninguna imperfección ni moral, ni
natural, no tuvo inclinación alguna desordenada, ni pudo padecer verdaderas
tentaciones internas; no tenía pasiones descontroladas; no sufrió los efectos
de la concupiscencia. Jamás estuvo sujeta al diablo en cosa alguna.
La
Redención alcanzó también a María y actuó en Ella, pues recibió todas las gracias
en previsión de los méritos de Cristo. Dios preparó a la que iba a ser la Madre
de su Hijo con todo su Amor infinito. «¿Cómo nos habríamos comportado, si
hubiésemos podido escoger la madre nuestra? Pienso que hubiésemos elegido a la
que tenemos, llenándola de todas las gracias. Eso hizo Cristo: siendo
Omnipotente, Sapientísimo y el mismo Amor (Deus caritas est, Dios es
amor, 1 Jn 4, 8), su poder realizó todo su querer»12.
Desde
esta fiesta grande divisamos ya la proximidad de la Navidad. La Iglesia ha
querido que ambas fiestas estén cercanas. «Del mismo modo que el primer brote
verde señala la llegada de la primavera en un mundo helado y que parece muerto,
así en un mundo manchado por el pecado y de gran desesperanza esa Concepción
sin mancha anuncia la restauración de la inocencia del hombre. Así como el
brote nos da una promesa cierta de la flor que de él saldrá, la Inmaculada
Concepción nos da la promesa infalible del nacimiento virginal (...). Aún era
invierno en todo el mundo que la rodeaba, excepto en el hogar tranquilo donde
Santa Ana dio a luz a una niña. La primavera había comenzado allí»13.
La nueva Vida se inició en Nuestra Madre en el mismo instante en que fue
concebida sin mancha alguna y llena de gracia.
III. Tota
pulchra es, María, eres toda hermosa, María, y no hay mancha alguna de
pecado en Ti.
La
Virgen Inmaculada será siempre el ideal que debemos imitar. Ella es modelo de
santidad en la vida ordinaria, en lo corriente, sin llamar la atención,
sabiendo pasar oculta, Para imitarla es necesario tratarla. Durante estos días
de la Novena hemos procurado, con Ella, dar un paso hacia adelante. Ya no la
podemos dejar; sobre todo, porque Nuestra Madre no nos deja.
Aquella
profecía que un día hiciera la Virgen, Me llamarán bienaventurada todas
las generaciones...14,
la estamos cumpliendo ahora nosotros y se ha cumplido al pie de la letra a
través de los siglos: poetas, intelectuales, artesanos, reyes y guerreros,
hombres y mujeres de edad madura y niños que apenas han aprendido a hablar; en
el campo, en la ciudad, en la cima de un monte, en las fábricas y en los
caminos, en situaciones de dolor y de alegría, en momentos trascendentales
(¡cuántos millones de cristianos han muerto con el dulce nombre de María en sus
labios o en su pensamiento!), se ha invocado y se llama a Nuestra Señora todos
los días. En tantas y tan diversas ocasiones, millares de voces, en lenguas
diversísimas, han cantado alabanzas a la Madre de Dios o le han pedido
calladamente que mire con misericordia a esos hijos suyos necesitados. Es un
clamor inmenso el que sale de esta humanidad dolida hacia la Madre de Dios. Un
clamor que atrae la misericordia del Señor. Nuestra oración en estos días de
preparación para la gran Solemnidad de hoy se ha unido a tantas voces que alaban
y piden a Nuestra Señora.
Sin
duda ha sido el Espíritu Santo quien ha enseñado, en todas las épocas, que es
más fácil llegar al Corazón del Señor a través de María. Por eso, hemos de
hacer el propósito de tratar siempre confiadamente a la Virgen, de caminar por
ese atajo la senda por donde se abrevia el camino- para llegar
antes a Cristo: «conservad celosamente ese tierno y confiado amor a la Virgen
nos alienta el Romano Pontífice. No lo dejéis nunca enfriar (...). Sed fieles a
los ejercicios de piedad mariana tradicionales en la Iglesia: la oración
del Ángelus, el mes de María y, de modo muy especial, el Rosario»15.
María, llena
de gracia y de esplendor, la que es bendita entre todas las
mujeres, es también nuestra Madre. Una manifestación de amor a Nuestra
Señora es llevar una imagen suya en la cartera o en el bolso; es multiplicar
discretamente sus retratos a nuestro alrededor, en nuestras
habitaciones, en el coche, en el despacho o en el lugar de trabajo. Nos
parecerá natural invocarla, aunque sea sin palabras.
Si
cumplimos nuestro propósito de acudir con más frecuencia a Ella, desde el día
de hoy, comprobaremos en nuestras vidas que «Nuestra Señora es descanso para los
que trabajan, consuelo de los que lloran, medicina para los enfermos, puerto
para los que maltrata la tempestad, perdón para los pecadores, dulce alivio de
los tristes, socorro de los que rezan»16.
1 Antífona
de entrada. Is 61, 10. —
2 San
Andrés de Creta, Homilía I en la Natividad de la Santísima
Madre de Dios. —
4 Gen 3, 9-15; 20. —
6 Ibídem,
63. —
7 Ibídem,
65. —
8 Ibídem,
65. —
9 Juan
Pablo II, Alocución 8-XII-1854. —
10 Evangelio
de la Misa, Lc 1, 28. —
11 Pío
IX, Bula Ineffabilis Deus, 8-XII-1854. —
12 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 171. —
13 R.
A. Knox, Tiempos y fiestas del año litúrgico, p. 298.
—
14 Cfr. Lc 2,
48. —
15 Juan
Pablo II, Homilía 12-X-1980. —
16 San
Juan Damasceno, Homilía en la Dormición de la B. Virgen María.
*Esta
fiesta fue instituida por Pío IX con motivo de la proclamación del dogma, el 8
de diciembre de 1854. La definición dogmática precisó el sentido de la verdad
de fe y afirmó de modo solemne la fe constante de la Iglesia. Esta festividad
se celebraba en Oriente desde el siglo viii y un siglo después en
muchos lugares de Occidente.
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