Humberto García Larralde diciembre de 2015
Es
tentador aplicar una matriz FODA (Fortalezas, Oportunidades; Debilidades,
Amenazas) para analizar la situación en que se encuentra Maduro. Un examen
somero arroja lo siguiente:
• Sus fortalezas aparentes derivan del
control de los poderes públicos, su hegemonía sobre los medios de comunicación,
la legitimidad -aunque cuestionada- de origen electoral y el hecho de disponer
todavía de una importante renta de hidrocarburos. Adicionalmente, cuenta aún
con un número no desestimable de chavistas;
• Las oportunidades para conservar el
poder las pone la coyuntura: la ocasión de reacomodar sus bases de sustento con
un acuerdo con las fuerzas democráticas –mayoritarias- en apoyo a las medidas
que deberían tomarse para conjurar las amenazas mencionadas abajo;
• La debilidad más notoria de Maduro
como presidente es la pérdida de apoyo popular puesta de manifiesto en la
votación del 6-D. No menos significativo es la penuria (relativa) de las arcas
públicas, fundamento de su gestión populista y clientelar. Por otro lado, la
pérdida de credibilidad ante el país y la imagen generalizada de descomposición
interna -entre ella, la penetración del narcotráfico- resquebrajan
políticamente al Madurismo;
• La amenaza por excelencia que
enfrenta su ejercicio de poder es la crisis económica que habrá de agravarse
aún más en el corto plazo si no rectifica. Ello puede precipitar un rechazo
todavía mayor de los venezolanos, civiles y militares, con consecuencias
imprevisibles. Luego está la guerra a cuchillos en el seno del chavismo que
corroe su apoyo interno. Por último, está la espada de Damocles sobre altos
jerarcas políticos y militares, señalados de traficar drogas, así como las
cuentas que dejarán muchos de ellos con la justicia venezolana;
Una
lectura adecuada de la matriz FODA debería orientar las acciones para alcanzar
el fin perseguido. Pero en esto incide la perspectiva adoptada, sujeta a los
intereses y la “filosofía de vida” del actor. Es evidente que Maduro y su combo
están en un juego muy distinto al que anima el común de los venezolanos. Y este
descalce exacerba sus debilidades en esta coyuntura.
El
“juego” que quiere proyectar la oligarquía militar–civil en el poder es el de
la guerra. Su naturaleza neofascista la lleva a azuzar temores de una supuesta
contrarrevolución por parte de Estados Unidos y de la burguesía local en contra
de las “conquistas de la revolución”. Paradójicamente, ello se inscribe en un
imaginario en el que se representan como defensores del “Pueblo” cuando ha sido
el pueblo el que mayoritariamente ha repudiado su gestión, en parte por su
negativa a introducir los correctivos que amerita la terrible situación que
padece, culpabilizando a otros con el invento de una “guerra económica”. En
este contexto, la fortaleza que los Maduristas perciben tener está en el uso
del aparato represivo del Estado y el control de los medios para “justificar”
su uso. Los más fanáticos creerán que los legitima la Historia. No obstante,
luego del pronunciamiento contundente del pasado 6-D existen indicios claros de
que una porción significativa de la FAN no se prestaría para actuar contra la
voluntad mayoritaria de la población.
Lo
anterior coloca al Madurismo en una posición muy vulnerable ante el
agravamiento de la situación económica. Habiendo raspado “el fondo del barril”,
han agotado su margen de maniobra: el balance de divisas será aun más estrecho
que el de 2015, con lo que el desabastecimiento y la inflación van a
empeorar[1]. Posturas de bravucón y amenazas de burlar el pronunciamiento electoral
provocan un mayor grado de irritación en una población desesperada por las
penurias padecidas. Ello puede precipitar su salida del poder. La gente clama
por soluciones, ya. Desmesuras como la del capitán Cabello de entregarle el
hemiciclo del antiguo Senado a un “Parlamento Comunal”, el criminal llamado de
Maduro a la FAN para librar una “guerra no convencional” contra el pueblo, la
retaliación contra antiguos partidarios que se le voltearon, quitándoles taxis
o apartamentos entregados, despidiéndolos de cargos públicos y amenazándolos
con excluirlos de los programas de reparto, la bofetada al país de nombrar
Defensora a la verdugo Susana Barreiros y la grotesca pretensión de Jorge
Rodríguez de impugnar diputados democráticos que salieron electos, afianzan la
percepción popular de que se está frente a una banda de pillos que intentan
trampearle al país para quedarse, “como sea”, disfrutando de sus chanchullos.
En el seno del chavismo raterías como éstas, totalmente contrarias a la prédica
socialista que supuestamente inspira la acción de gobierno, sólo contribuirán a
reducir aún más su base de apoyo. Desnudan el verdadero rostro malévolo,
desalmado, miserable y vengativo de quienes han abusado tanto del poder en
nombre de ese pueblo que hoy maltratan. Es una ofensa a la decencia, sentido de
justicia y nobleza de muchos venezolanos.
Una
vez vencido el miedo y quedado patente la ventaja numérica de quienes claman
por un cambio, va a ser más difícil doblegar a la población. Ya cobramos
conciencia de nuestro poder y, como dicen los gringos, el éxito cría más
éxitos. Si hay algo que se puso en evidencia en estos comicios es que el pueblo
no es pendejo. No se deja manipular con engañifas de una “guerra económica” de
los “pelucones” para desviar la atención del saqueo del país emprendido por la
oligarquía en el poder.
Lamentablemente,
como buen fascista, Maduro prefiere precipitar una confrontación final,
definitiva, que limpiaría a la nación de una vez por todas de “enemigos”. La
imbecilización de su propia propaganda y el dogma sectario con que inflama las
pasiones entre sus huestes, los ciega ante los cambios en la correlación de
fuerzas que hoy clama por una rectificación drástica. Quienes vieron la
película “La Caída” no dejaran de apreciar los paralelos entre la desesperación
lunática de Hitler, convocando batallones inexistentes para derrotar a las
tropas soviéticas que entraban a Berlín y despotricando contra su pueblo porque
no estuvo a la “altura” de sus designios, y la alteración que evidencia las
amenazas destempladas y malcriadeces de Maduro en estos días.
Hannah
Arendt señala que el poder emana de la ascendencia lograda en la dinámica
política de relaciones entre individuos y grupos. La violencia puede destruir
el poder pero nunca puede ser la base sobre la que éste se sustenta. Apelar a
la violencia denota que no se tiene poder. Los arrebatos de Maduro y los suyos
revelan patéticamente su debilidad. Y no podría ser de otra forma pues con su
soberbia, tramposería abusiva, desprecio por los intereses de la gente y
descaro en la comisión de sus fechorías, han entregado toda aspiración de
ascendencia, de auctoritas sobre los venezolanos. Definitivamente, no es el
momento de “más revolución”.
“…Chacumbele
que ya estaba / cansadito de vivir / y por culpa de sus celos / el mismito se
mató.”
Humberto García Larralde
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