S.S. Alejandro Moreno
Un barrio. La cola de Mercal.
Una muchacha saluda a su amiga: “Chama, no te vi ayer”. “Es que no salí en todo
el día –responde la amiga–, es que tengo mucha hambre y para olvidarme, me echo
a dormir, a dormir todo el día”. En Venezuela siempre hemos tenido pobreza,
injusticia, incluso miseria, pero hambre pura y dura, como para echarse a
dormir y así olvidarse de ella, sinceramente, no. Para una gran parte de
nuestro pueblo no hay comida ni dinero para comprarla. Eso sí es nuevo.
En un
barrio este estado de cosas es muy grave. Tendría que ser una persona muy
aislada, hombre soltero proveniente del interior, sin familia, que se encierra
en una habitación alquilada, para que algo así le sucediera, pero que diga eso
una muchacha con familia, con amigas, joven, nos habla de una situación que va,
más allá de lo individual, a un problema colectivo, extendido. En un barrio
siempre se tiene quien ayude: “Cónchale, chama, no he comido”. Alguien
resuelve. Por tradición solidaria sabemos que “un plato de comida no se le
niega a nadie”.
Pero ya hemos llegado al momento en que las tradiciones
solidarias venezolanas, los mecanismos de la cultura contra el hambre, están
fallando, están siendo desmantelados por la necesidad. Mi vecina, que tiene una
bodeguita mínima, me confiesa: “Aquí llega gente sin comer y yo no puedo darles
comida porque apenas tengo para mí y mi familia”. El otro ya no resuelve porque
tampoco tiene.
Alguien que trabaja en CANIA,
Antímano, me dice que siempre les han llegado niños desnutridos. Ahora han
aumentado de manera brutal, exponencial. Pero hay más: “Lo dramático –dice– es
que, cuando se les ofrece un plan de recuperación, la familia revela que no
puede cumplirlo. Eso hasta ahora no sucedía”.
Acaban de salir los resultados
de la encuesta sobre condiciones de vida (Encovi 2015), profundo estudio de las
más prestigiosas universidades del país. Nos habla de la peor situación
socioeconómica de las familias a lo largo de toda nuestra historia. Un 75% de
los venezolanos están en pobreza de ingresos, o sea, pobreza pura y dura. Tres
de cada cuatro. Cifras, números, información fría. La caliente, la trágica, la
que va más allá de la catástrofe general, uno la vive, la palpa en las lágrimas
que enjuga, en la desesperación que contrae las arrugas de los rostros, en la
mueca de rabia que brota de saberse impotente.
Maduro preguntó quién tenía
Facebook, Instagram, y, entre carcajadas: “¿Todos tienen hambregram?”. Chiste
malo, moralmente inaceptable, moralmente perverso. No, hambregram no, HAMBRE,
HAMBRE y HAMBRE.
01-12-15
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico