Por Gioconda San Blas
Dice Piedad Bonnett que los
usos “políticamente correctos” se han convertido en “un movimiento tiránico que
bordea el absurdo y da pie a burlas, en aras de un lenguaje impersonal y
desinfectado que carece de fuerza comunicativa y capacidad de singularizar”.
Recuerdo este comentario de la
destacada escritora colombiana cuando escucho a políticos y opinadores de la
oposición decir que Venezuela sufre de “déficit de democracia”. ¡Vaya
eufemismo! Es como si nuestra realidad cambiara por llamar “privados de
libertad” a los presos políticos, como si las libertades de expresión, prensa o
pensamiento pudiesen ser mutilados a criterio del régimen, o se suprimiera a
capricho el derecho al voto, o desde el poder ejecutivo se contravinieran las
ejecutorias de algún otro poder, todas ellas acciones violatorias de la
Constitución, sin que hubiese consecuencias. Y aún así persistiéramos en llamar
“déficit de democracia” al producto de un gobierno así, que no es otra cosa que
una dictadura de nuevo cuño siglo XXI, según cualquier definición que queramos
aplicar.
Viene en nuestro auxilio
el reciente informe 2017 de Freedom House (La
Casa de la Libertad), una organización independiente, creada hace más de 70
años con el objetivo de registrar la expansión de la libertad y la democracia
en el mundo, mientras aboga por el fortalecimiento de los derechos civiles y
humanos y promueve el cambio democrático. En su edición 2017, el mapamundi que
cubre la portada muestra a los países del planeta en tres diferentes colores,
según la característica del país, derivada del análisis de diversos parámetros:
libre, parcialmente libre y no libre. Es entonces cuando vemos destacado en el
mapa un solitario manchón morado en nuestro continente: Venezuela, señalando a
nuestra tierra como único país de América en la categoría de “no libre”, junto
con Cuba.
Un capítulo especial, titulado
“La falsa promesa del hombre fuerte”, nos presenta tres ejemplos: Egipto,
Etiopía… y Venezuela. De este último no dice nada que no sepamos los dolientes
de esta tragedia que vivimos a diario. Pero la apreciación externa de un
organismo independiente nos resulta dolorosa. En sus páginas desfila el colapso
económico y político en manos de una combinación de hombre fuerte (el término
incluye grupos de poder) y pésima gestión administrativa: la corrupción, la
inflación más alta del mundo, la escasez crónica, la desnutrición. Y el control
del régimen sobre los tribunales, con el cual despojó de todo poder
significativo a la Asamblea Nacional y bloqueó un referendo revocatorio, “que
hubiera podido conducir a un cambio ordenado de liderazgo”.
¿Cambio ordenado de liderazgo?
Ya todos sabemos lo que pasó en los meses finales de 2016. Los dirigentes de
una oposición abrumadoramente mayoritaria (en octubre pasado más de 80% y ahora
en 95,1% según la encuestadora), entregaron ese inmenso capital político a
cambio de nada, con la única visible consecuencia de la radicalización del
régimen, del hombre fuerte, y el desencanto en las filas opositoras.
Mucho hemos hablado desde
entonces de los errores de nuestra dirigencia en la conducción de ese proceso,
por lo que quiero creer que hay en curso un proceso de revisión y revaloración
de la MUD para hacer frente a los nuevos desafíos, cada vez mayores. Nunca
olvidemos que el adversario está enfrente, no a los lados. No basta con
vociferar la necesidad imperiosa e ineludible de una sólida unidad interna; de
hecho, hay que marginar cualquier aspiración diferente a la de conseguir en
unión la victoria por vía pacífica y democrática. Es indispensable que una
recompuesta unidad política de la MUD se abra a recibir las contribuciones de
la sociedad civil, de los expertos en temas vitales para la nación con quienes
se puede y debe plantear un proyecto de país, del cual ya hay mucho escrito en
estos años; un movimiento con visión de futuro que exalte los valores de la
civilidad en la construcción de un país decente, de trabajo honesto, de
esfuerzo digno y meritorio.
02-02-17
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