Por Jean Maninat
La Mesa de la Unidad
Democrática (MUD) ha sido -sin duda alguna- la mejor iniciativa política de la
oposición venezolana para combatir la pretensión hegemónica del proyecto de
socialismo del siglo XXI en Venezuela. Entre otras tantas cosas,
porque ayudó a superar el infantilismo personalista que merodeaba en los
pasillos opositores y por primera vez, en mucho tiempo, surgió una entidad
colectiva con fuerza suficiente para medirse de tú a tú con el proyecto
chavista. Allí ha residido su ventaja comparativa sobre otros intentos que
dependían del humor de una persona o de los relumbrones de ingenio de otra.
Pero, quizás desde la última
gata ladrona que recorriera famélica alguna ciudad del país, nadie ha llevado
más palo -de lado y lado- que la MUD y sus integrantes. Del gobierno porque le
interesa debilitarla y borrarla del mapa pues le ha hecho daño; y de sectores
de la oposición porque se sienten relegados de la toma de decisiones, o la
quisieran más combativa, o al menos más imaginativa en su forma de actuar. Lo
cierto es que -en medio de todo- sigue siendo el único instrumento con el que
cuenta el país opositor, aún con sus falencias. Por eso, casi todos los actores
políticos viven obligados a definirse a partir de ella. (Hay los
mudicidas que sólo existen para cavar su tumba y cantar su muerte.
Pero esa es ceniza de otro costal).
Lo cierto es que a la MUD le
llegó el momento de las grandes definiciones, y parece haber optado por
realizar uno de esos procesos de introspección que se sabe cuándo comienzan,
pero no cuándo terminan. El primer acto para recargar la alianza ha sido la transformación
del llamado G4 en G9 conformando así un órgano de gobierno ampliado, más
inclusivo, del cual algunos se bajarán tan pronto sus posiciones no obtengan el
consenso que esperaban, como ha sido el caso en el pasado.
Ya se ha anunciado la
realización de un post-mortem del fatídico año 2016 que promete
muchas vísceras examinadas, pero ninguna perteneciente a quienes dirigieron las
maniobras que condujeron al buque insignia opositor hacia los riscos que le
desgarraron el casco. Habrá golpes de pecho? pero en tórax ajeno.
Por otra parte, los
accionistas principales han optado por asumir, frente a la MUD, la posición de
comentaristas políticos, cediendo su liderazgo en otras manos, seguramente muy
hábiles, pero sin la fuerza interna requerida para que sus decisiones pesen.
(No hay ofensa incluida). Se repite, así, la historia del fallido diálogo,
cuando los líderes fundamentales de la oposición delegaron en otros lo que les
correspondía ejercer a ellos, luego los dejaron solos y vimos lo que sucedió posteriormente.
Todos salieron chamuscados.
Ante tanta irresolución
contagiada, ya algunos de los líderes opositores con más influencia barajan la
opción de avanzar por su cuenta, de no perder “elperfil” propio? y el tiempo en
el intento unitario. Salir con un plan particular y que los demás se monten o
se encaramen es la nueva tentación en el barrio. Pero hasta que el Consejo
Nacional Electoral (CNE) dilucide el destino de la inscripción de los partidos
políticos y la ruta del cambio siga siendo electoral, todos están obligados a
convivir bajo el mismo techo de la MUD.
Curiosamente, ahora que se
necesita un liderazgo fuerte, convincente, que dé la cara para apuntalar a la
Unidad y recobrar el entusiasmo perdido, nadie quiere -entre los líderes
protagónicos de los partidos opositores- meterle el hombro a tamaña empresa y
prefieren dejar el rescate de la MUD en manos de su secretario ejecutivo,
mientras se hacen a un lado canturreando: quédate tú, pa? quitarme yo, quédate
tú.
16-02-17
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