Por Claudio Nazoa
La palabra “legado” está
relacionada con algo bueno dejado por alguien que ya no está, pero cuyos
pensamientos, enseñanzas y hechos son dignos de seguir. El legado se le deja a
un individuo, a un grupo o a un país. Un ejemplo es el legado intelectual
dejado por filósofos y pensadores del pasado. Así mismo, el legado puede estar
constituido por valores sentimentales y morales como la honestidad, el respeto
y la lealtad.
“Con tanquetas, echaron abajo
las rejas de los portones de nuestra urbanización. En los estacionamientos,
despedazaron y desvalijaron 50 automóviles. Destruyeron las bombas de agua mientras
que otros grupos, armados y encapuchados, destrozaban 12 ascensores de las
residencias, a algunos les cortaron las guayas y, en caída libre, se hicieron
pedazos al estrellarse contra el piso. Luego subieron por las escaleras y con
brutalidad derribaron las puertas de varios apartamentos en donde, sin orden
judicial, allanaron y detuvieron a jóvenes quienes, con las manos amarradas
hacia atrás, fueron llevados a destino incierto. A su paso, robaron, cortaron
la luz y rompieron cámaras de seguridad, vidrios de carteleras y puertas de
salones de fiesta. Además, le pegaron un tiro en el ojo a una perro por ladrar
cuando irrumpieron en uno de los apartamentos”.
Lo anterior no es un relato de
la II Guerra Mundial en algún gueto de los nazis. Ocurrió en la urbanización El
Paraíso al oeste de Caracas, el día 13 de junio de 2017, en un conjunto de
edificios de 17 pisos llamados “Los Verdes”. No haré comentarios. No hay nada
que añadir.
Hechos tan graves deberían
hacer reflexionar a quienes tienen voz e influencia dentro del gobierno. Nunca
es tarde cuando la luz llega y, si en medio de la penumbra se enciende un
bombillo, lo peor que podemos hacer quienes estamos en la oscuridad es
romperlo. No nos convirtamos en jueces de quienes, aunque parezca tarde,
reflexionan e intentan enmendar un daño. Lo importante es que traten de dejar
un legado y no, como le pasó a Judas, que se arrepientan cuando ya no hay nada
que hacer.
—Yo, Judas Iscariote, me
declaro culpable. Lo único que puedo legar es mi inútil remordimiento. Ojalá y
la perrada que hice sirva a otros para que se arrepientan antes de que sea
tarde. Mi castigo es mi conciencia. Mi ruindad es que pude haber salvado al
Mesías, pero lo vendí, lo entregué… lo traicioné. Mi condena es arder
eternamente en mi propio infierno por haber seguido ciegamente el legado del
Satanás Eterno.
19-06-17
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