Miguel Méndez Rodulfo 04 de septiembre de 2015
El tema de la catástrofe humanitaria que
se viene gestando en las zonas de guerra pero también de conflictos políticos y
de pobreza, de África, ha creado la mayor corriente de inmigrantes de la post
guerra y ha devenido en el mayor reto que actualmente enfrenta Europa. Aunque
es verdad que también en Asia hay corrientes migratorias de personas que buscan
libertad, trabajo y un mejor horizonte para sus vidas, lo que acontece en
Europa tiene características de calamidad. El espectáculo que a nuestros ojos
exponen día con día los medios de comunicación, no deja de conmocionarnos.
Recurrentemente se ahogan cientos de seres humanos en el Mediterráneo y
recientemente 71 personas perecieron asfixiadas en un camión en Austria, y
otros jóvenes estuvieron a punto de perecer sofocados en una furgoneta cuyas
ventanas y puertas estaban soldadas; sin embargo, nada tan conmovedor como las
imágenes que vimos ayer del cuerpo exánime de Aylan. Ese tierno infante ahogado
cerca de las playas de Turquía, cuyos padres se habían embarcado en una
riesgosa travesía hacia Grecia, pereció junto con su hermanito y su madre,
tratando de dejar atrás el horror de la guerra de Siria, sin saber que una
tragedia mayor acecharía a la familia.
Que estas cosas ocurran en el mundo que
hoy vivimos, nos recuerdan que falta mucho por hacer para que la humanidad
progrese y tengamos un mejor planeta. El reto que enfrenta Europa es el de
cumplir con los altos valores de su civilización milenaria y con su legalidad,
que ampara los derechos de los migrantes; en tanto que afronta una situación de
emergencia que desborda la racionalidad anterior de las corrientes migratorias,
tiene que resolver la creciente xenofobia incubada en grupos nacionalistas que
se expresaron en los difíciles momentos de la crisis económica y en los ataques
de radicales musulmanes. El reparto de inmigrantes que hoy llegan por oleadas,
no ha sido hasta ahora todo lo equitativo que debiera ser, a la luz de los
tratados internacionales; muchos países como Inglaterra o Hungría, han sido
refractarios para concretar su solidaridad; sin embargo, Alemania se muestra
dispuesta a recibir 800.000 personas.
Esta cifra que cuantitativamente es muy
alta, considérese que España está dispuesta a recibir apenas 2.500, es una
muestra del carácter humano que guía la conducción política del país teutón.
Aunque habitan la región germana 80 millones de habitantes, los problemas de
recepción, instalación asimilación, formación e integración, de esa importante
cantidad de personas, de cultura y religión diferente, no dejan de ser
problemas enormes para el gobierno alemán y para las comunidades de acogida.
Distinta es la conducta de Víktor Orbán, el primer ministro húngaro, un
xenófobo populista de derecha, que está levantando un muro de 4 metros de
altura y de 160 km de largo, para impedir que los migrantes accedan a su país
en el tránsito hacia Europa del oeste, y que ahora paraliza los trenes que se
dirigían a Alemania y quiere además recluir en albergues, tipo cárcel, a los
refugiados, agravando con ello la tragedia de estos seres humanos que ya mucho
han sufrido.
La comunidad internacional no previó las
consecuencias de la guerra de Siria y de Irak, así como la irrupción de ISIS;
esto aunado a la pobreza del África sub sahariana, ha desatado una catástrofe
humanitaria cuyos efectos van a durar muchos años y requerirán la mayor cordura
de los líderes comunitaros a la vez que pondrá a prueba la cohesión de la Unión
Europea. En tanto que hay crisis migratorias en África por razones estructurales,
en Venezuela que no tiene estas características, la torpeza del gobierno se
ocupa de crear artificialmente la suya propia, con el propósito mezquino de
fabricar una cortina de humo, sin que le importe el sufrimiento de ciudadanos
humildes.
Caracas, 4/09/2015
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