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lunes, 5 de junio de 2017

Venezuela: HAY QUE RESCATAR EL DIÁLOGO, por @FernandoMiresOl



Fernando Mires 04 de junio de 2017

Si hay una palabra de la cual la política no puede prescindir, esa es la palabra diálogo. Pero a la vez, si hay una palabra que ha sido empuercada en Venezuela, esa es también la palabra diálogo. Entre otros tantos secuestros realizados por la secta que ocupa el poder, el de la palabra diálogo no ha sido el menor

Maduro y sus grupo no cesan de llamar al diálogo. Un diálogo que no es para dialogar, sino para distraer, o simplemente para engañar al enemigo, como logró hacerlo una vez manipulando al Vaticano y cumplir así con su propósito de deshacer las movilizaciones que comenzaban a tener lugar en defensa del Revocatorio del 2016.

Pero no solo Maduro, gobiernos oportunistas de América Latina así como las instituciones y personas que no quieren emitir una opinión clara, llaman a un diálogo entre oposición y gobierno, como si todo lo que ha estado ocurriendo desde abril hasta ahora hubiese sido solo una pelea entre dos amigos que de pronto han dejado de entenderse. Hasta Putin –el padre de todas las dictaduras del mundo – ha llamado a un diálogo.

La palabra diálogo ha terminado por convertirse, dentro y fuera de Venezuela, en un comodín. Grave, muy grave: pues sin diálogo no hay política. Sin diálogo la política se transforma en simple confrontación. Y la confrontación sin política es lo que más conviene a Maduro y su grupo. Hay, en consecuencias, que recatar el sentido de la palabra diálogo. ¿Pero cómo? En ese “pero” y en ese “cómo” reside justamente el problema.

¿Cómo devolver a la política su carácter dialógico? Es la pregunta clave. Imposible de responder si no son tomados en cuenta dos puntos. El primero, el, o los sujetos del diálogo. El segundo, los contenidos del diálogo. O en términos más directos: la materia negociable.

Veamos el primer punto: un gran problema de Venezuela reside en que las personas que constituyen a la dictadura son entes, por definición, anti-dialógicos. Hablar de una dictadura dialógica es, en efecto, un contrasentido. La ausencia de capacidad dialógica pertenece a la naturaleza de toda dictadura.

No se conoce ningún caso histórico en el cual una dictadura haya llamado a sus oponentes a resolver los problemas de modo político sin verse antes enfrentada al peligro de una derrota total ¿Con quién se puede dialogar en Venezuela en estos momentos? ¿Con Maduro, Cabello, Aisami, los Rodríguez, Flores? Hay que convenir: más fácil sería dialogar con los monos.

La dictadura está derrotada en todos los terrenos: en la escena internacional, en su ideología, en su legitimidad y por cierto, en las calles. En todos, menos en uno: en el militar. De ahí que Maduro pretenda llevar a sus oponentes a ese terreno. Esa es la razón del inusitado despliegue de tropas activado frente a masas desarmadas. Y mientras sea dueño en ese terreno, no habrá diálogo.

Supongamos, sin embargo, que la dictadura mantiene algunos de los dispositivos políticos propios a su pasado reciente. Si así fuera, habría que preguntarse acerca del segundo punto mencionado: el de la materia negociable. Ahí el problema es aún más grande. Pues Maduro ha puesto sobre la mesa lo único que no se puede negociar en un país: la Constitución Nacional.

¿Cómo se puede negociar entre la Constitución y una Asamblea Comunal fascista impuesta sin que nadie lo pidiera con el único objetivo de arrebatar a la ciudadanía el principio del sufragio universal y así evitar una derrota electoral? ¿Creen lo que usan la palabra diálogo como panacea que se puede negociar una Constitución? ¿Una mitad de la Constitución a cambio de una mitad de la Asamblea Constituyente, por ejemplo? Eso es simplemente ridículo.

Las razones por las cuales hasta ahora no ha habido diálogo en Venezuela son por lo menos dos: no existe un sujeto dialógico y no hay materia negociable. Es muy trágico, pero es así.

¿Quiere decir entonces que en Venezuela debe ser descartada toda posibilidad de diálogo? De ninguna manera. El hecho de que hasta ahora no ha habido un diálogo entre la dictadura y la oposición no descarta la posibilidad de que existan otros diálogos. Con la ayuda de la geometría podríamos hacer una división entre tres tipos de diálogo: los horizontales, los transversales y los verticales.

Diálogos horizontales son los que tienen lugar entre los partidos políticos, los movimientos sociales y las instituciones no políticas. Ese diálogo está teniendo lugar. Los partidos organizados en la MUD coordinan y planifican de acuerdo al ritmo de movimientos como el estudiantil, los de género, los barriales e incluso los indígenas. A la vez mantienen comunicación fluida con organizaciones no gubernamentales, laborales, empresariales y religiosas. Esa es la razón por la cual el espectro constitucionalista, en lugar de disminuir frente a la represión, crece de manera sostenida.

En segundo lugar, diálogos transversales son aquellos que tienen lugar entre el frente opositor con sectores o grupos del chavismo constitucional. Informaciones recibidas indican que esos diálogos han sido hasta ahora realizados de modo informal, pero bien podrían llevar a una concertación orgánica de fuerzas constitucionales. Para que eso sea posible se requiere evitar discusiones ideológicas o temas que pertenecen al pasado. Lo que importa en este momento es la defensa de ese bien común a toda la nación: la Constitución de 1999.

Solo en un tercer lugar están los diálogos directos entre los representantes del sector constitucional y las cúpulas anti-constitucionales. Estarían muy mal aconsejadas las direcciones políticas opositoras si accedieran a un diálogo con esas cúpulas sin haber sido agotadas las posibilidades que ofrecen los dos canales dialógicos ya nombrados.

Dichas cúpulas no son propiedad privada de Maduro. A ellas pertenecen también los estamentos militares. Estos últimos no son solo un instrumento al servicio exclusivo de un determinado grupo de gobierno. Su tarea, por lo menos teórica, es defender a la Constitución Nacional. Además, no son solo instrumentos, son actores. Razón de más para que el constitucionalismo unido explore posibilidades de interlocución con el estamento militar.

Al fin y al cabo quienes se enfrentan en las calles son multitudes constitucionalistas con soldados que defienden a un régimen cuyo objetivo es destruir a la Constitución de todos, civiles y uniformados. Estos últimos abrigan probablemente la esperanza de que con mayor represión lograrán pacificar al país. Pero en dos meses no lo han logrado y con toda seguridad no lo lograrán.

A su vez, no pocos dentro de la oposición imaginan que las protestas llevarán a los soldados, en un momento determinado, a bajar las armas. Lamentablemente, hechos así ocurren en la historia de un modo muy ocasional. Mucho más expedito sería implementar mecanismos para que tenga lugar un diálogo directo entre las representaciones políticas y las dirigencias militares. Estas últimas tienen intereses profesionales que defender. Y dichos intereses no coinciden siempre con los del grupo anti-constitucional organizado en la cúpula estatal.

Dicho en síntesis: en Venezuela hay que rescatar el diálogo. Ese diálogo se encuentra secuestrado por una dictadura –valga la redundancia- no dialógica. Es necesario, por lo mismo, buscar otros interlocutores, sean estos horizontales, transversales o verticales. Bajo determinadas condiciones –así lo indican algunas experiencias históricas- los militares también pueden llegar a ser interlocutores dialógicos. Para recurrir a un concepto ya emitido, hay entre el campo civil y el militar algunas materias negociables. Siempre y cuando, por supuesto, que entre esas materias no se encuentre la Constitución.

La Constitución es lo- no- transable.

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