CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ 12 de agosto de 2018
@CarlosRaulHer
Según
una tradición española, el “capitán araña embarca a la gente y se queda en la
playa”. Cuando ya es muy difícil para mí dudar que hubo un atentado terrorista
en la Av. Bolívar, el caso drone sirve para construir modelos de lo que no se
debe hacer. La acción terrorista masiva, que implicaba una masacre en la
tribuna para producir un caos interno en el país, revela niveles de imbecilidad
desconocidos en la política venezolana. De morir ese día un centenar de
personas entre políticos y militares ¿qué habría pasado? ¿Hubiera caído el
poder en manos de los atolondrados, como aspiran quienes asumieron autorías y/o
conocimiento previo del asunto?
¿O
habría una especie de Guerra Federal, un desencadenamiento arrollador de
violencia, un aguacero de sangre? En situaciones homólogas la historia enseña
que se producen oleadas de asesinatos, violaciones, saqueos, incendios, pases
de factura, invasión de hogares por las turbas. El poder hubiera quedado en
militares, pero también en bandas de delincuentes, el narcotráfico, las
guerrillas, y no, como creen algunos acéfalos, que los uniformados hubieran
buscado para entregarles los mandos, precisamente a quienes llevan 20 años
denigrándolos.
Como
las redes son un sicoanálisis, el acontecimiento que la torpeza del gobierno
tornó dudoso, lo aclaran declaraciones impresentables desde Miami y Bogotá, si
se toma la molestia de leerlas pese a su patetismo. Ud. podrá comprobar el
grado de sicopatía del capitán araña, sujeto de apellido italiano que se
declaró héroe de la acción pero vive en Miami. Violencia, descomedimiento,
cobardía, egocentrismo, mitomanía, carencia de sentido de la realidad,
incapacidad de cuidar a los que están detrás de las consecuencias de sus actos.
¡Dispara a lo que se mueva!
Con su
demencia abrió camino a la cadena de allanamientos y razzias, y es
corresponsable directo de las detenciones, una vez que rastrearon sus llamadas.
Es muy cómodo asumir acciones terroristas descabelladas offshore sin
preocuparse por arrastrar a la tragedia a un grupo de muchachos que tendrían
otro destino. Pero por su lado el gobierno no cesa de equivocarse y su primera
reacción es acusar a todo lo que se mueve: la oposición, hoy sin cuerpo ni
cabeza y que son mil cosas distintas, la oligarquía colombiana, el Presidente
Santos, la propia Colombia, los norteamericanos y todo lo que recordaran en la
vociferación de incoherencias.
Debían
estudiarse metódicamente las alocuciones de los líderes civilizados durante las
frecuentes acciones terroristas en Europa, por ejemplo, para que aprendan que
la primera contraindicación es meter en el mismo paquete a quienes también
repudian semejante bribonada. La respuesta debe ser cuidadosa para aislar a los
autores. El Presidente López Contreras dijo una vez, para retratar nuestra
arrogancia nacional, que “todo venezolano lleva en el morral un bastón de
mariscal”. Pero se equivocó porque, al parecer, lo que portamos es el retrato
de un terrorista islámico.
Para
demostrarlo, aparece en las redes un grupo de mamarrachos con armas largas y
pasamontañas, envueltos en un tricolor que ha llegado a ser emético. Tal
despliegue de poder hubiera hecho temblar como hojas al grupo Swat que acabó
con Bin Laden en Pakistán, momento en el que Hillary no pudo reprimir un ¡upss!
Hasta ahora, gracias a Dios, no han cazado ni un pato y esperemos que sigan
así. Menos mal que somos mariscales o terroristas por la jeta nada más, como el
mencionado capitán araña que embarcó a todo el mundo y se quedó en la playa.
Los medios justifican el fin
Maquiavelo
jamás escribió que el fin justifica los medios, aunque seguramente le pasó por
la cabeza, pero debe haber evaluado las consecuencias de consagrarlo en el
papel. Lo que sí es cierto es, al revés, que los medios determinan el fin y
procedimientos sucios llevan a resultados sucios. Dejemos a Mohamed Atta, con
sus cientos de huríes, prostitutas del más allá, creer que construiría el reino
de Alá asesinando personas en las Torres Gemelas de N.Y. Capriles al contrario
hace una declaración de la que merece rescatarse lo que apunta a la razón: la
necesidad de entablar con el gobierno conversaciones, para él testificadas por
la ONU.
De
inmediato lo desautoriza otro dirigente de ¿su partido? a quién, de paso,
aprecio sobremanera, y que califica el planteamiento de “extemporáneo”, si no
hay previos “mecanismos duros, fuertes, de presión al gobierno”. Esto dice mi
amigo después de dos años y siete meses de palizas consecutivas de Maduro que
nos tienen caminando con muletas. La palabra transición se ha convertido para
mí desde 2002 en uno de esos términos aterradores, tabú, que anuncian
desventuras, dan jaqueca y taquicardia, y es mejor hacer una transición que
envejecer hablando de ella.
Y cada
vez que se celebra el advenimiento de “la transición” terminamos en un hospital
político con polifracturas. Un filósofo y sicoanalista de actualidad, Slavoj
Zisek, también con gran sentido del humor, contaba una anécdota. De visita en
China, a su grupo le tocó una bella y sensual guía cantonesa, que casualmente
lo había sido también del expresidente Clinton. La semana de su recorrido,
Zizek estuvo a la ofensiva tratando de seducirla con insinuaciones y juegos
verbales. Al final de la gira, le preguntó a la mujer qué pensaba de Clinton, y
ella respondió. “Ud. y él tienen en común el interés por el sexo. La diferencia
es que Ud. habla pero él lo hace”.
Carlos
Raúl Hernández
@CarlosRaulHer
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