Mario Villegas Domingo 5 de enero de 2014
Muertos hubo, y bastantes, el 4 de
febrero y el 27 de noviembre de 1992, producto de fallidos golpes militares
cruelmente ejecutados contra un gobierno nacido del voto popular. Todavía
resuenan las tanquetas entrando a plomo al Palacio de Miraflores y al Palacio
Blanco, las metralletas y fusiles vomitando fuego sobre la residencia
presidencial de La Casona y, por si fuera poco, los aviones bombardeando
criminalmente el centro de Caracas para echar del poder al presidente
constitucional Carlos Andrés Pérez II. El inspirador y comandante de aquellas
sangrientas intentonas, el teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías, así como
los demás jefes castrenses, fueron procesados por rebelión militar y
encarcelados, aunque con trato privilegiado, para ser liberados poco después
por los presidentes Ramón J. Velásquez y Rafael Caldera II. Chávez, el jefe
supremo de aquellos actos violentos, fue sobreseído por Caldera tras algo más
de dos años de prisión y elegido Presidente en 1998 por votación mayoritaria
del pueblo venezolano.
Esa irrefutable historia viene al
recuerdo cuando uno escucha a los voceros oficiales, empezando por el
presidente Nicolás Maduro, patinar en contradictorios argumentos para
justificar su negativa a otorgar una medida humanitaria en favor del comisario
Iván Simonovis, cuyos nueve años en prisión exceden con creces los dos y pico
que pagó Chávez por hechos similares. Culpable o no de los crímenes que se le
imputan en ocasión a los actos violentos que condujeron al golpe de estado que
en abril de 2002 desalojó por dos días del poder al entonces presidente Chávez,
los delitos de Simonovis son de la misma naturaleza política que los del
insurgente teniente coronel de 1992. De modo que si Chávez era un preso
político, también lo es ahora Simonovis.
Esta es, justamente, una emblemática
expresión de la doble moral que caracteriza a la jerarquía chavista y de la
cual tampoco están exentos algunos sectores de la oposición.
Por eso resulta tragicómico ver a la
ministra de Comunicación e Información, Delcy Rodríguez, criminalizar y acusar
de doble moral a algunos dirigentes políticos, parlamentarios, empresarios,
comunicadores y voceros de ONGs no afectos al gobierno que viajaron al exterior
con motivo del fin de año. Que se sepa, viajar libremente al exterior es un
derecho constitucional. Y así lo hacen a menudo muchos jerarcas de la élite
política, militar, empresarial, burocrática y familiar del chavismo, con la
sola diferencia de que lo hacen bien guillados y, en no pocos casos, con
logística, pasajes y muchas lechugas verdes provenientes del patrimonio
nacional.
Y hablando de lechugas verdes y doble
moral, ¿Será que la muy moralista plana mayor, media o menor del chavismo
cambia sus dólares (ya sean provenientes de viáticos, cupos de Cadivi o Sicad,
asignaciones especiales, ganancias en el exterior o de cualquier otra fuente) a
6,30 bolívares por unidad en el Banco Central de Venezuela o los engordan y
revenden ilegalmente a la tasa del mercado negro o rojo rojito?
Razones tiene la vox populi de
preguntarse por qué los revolucionarios de nuevo cuño tienen que sufrir tantos
sacrificios, como vivir en las más encumbradas urbanizaciones del país, andar
súper escoltados en lujosísimos autos y oligárquicas camionetotas, poseer
jugosas cuentas bancarias en Venezuela y el exterior, mandar a sus hijos a los
mejores colegios privados del país y a las más reputadas universidades del
mundo, asistir a las más lujosas clínicas privadas, frecuentar exquisitos bares
y restaurantes, realizar excéntricas bacanales o suntuosas celebraciones
familiares, entre otras ingratas penalidades. Atrás dejaron sus tan añoradas
barriadas populares, los viajes en metro, en camioneticas o en modestos
automóviles, los simoncitos y las escuelas bolivarianas, las clínicas
populares, los módulos de Barrio Adentro y las sencillas celebraciones en casa.
El caso del muy revolucionario ex
ministro y ex gobernador Rafael Isea, hoy residenciado a todo trapo con su
familia en el muy odiado imperio estadounidense, es apenas otra muestra de lo
que aquí decimos.
Pero los ejemplos de la doble moral
que inspira al gobierno son verdaderamente interminables. Ahí tenemos los casos
de Chile y Honduras. Instantes después de conocerse el reciente triunfo de
Michelle Bachelet, el presidente Maduro la felicitó formal y efusivamente como
la nueva presidenta del pueblo chileno. Pero a más de un mes de haber ganado en
Honduras por amplio margen, el nuevo presidente Juan Orlando Hernández aún no
ha sido reconocido por el gobierno venezolano. ¿La razón? Derrotó a la candidata
chavista Xiomara Castro, esposa del ex presidente Manuel Zelaya, quienes
cantaron fraude y convocaron al pueblo hondureño a la calle a desconocer los
resultados publicados y ratificados por el Tribunal Supremo Electoral.
Curiosamente, fue eso justamente lo que en Venezuela hizo el candidato Henrique
Capriles, con la diferencia de que aquí la distancia entre el candidato ganador
y el perdedor fue de apenas uno y piquito por ciento, mientras que allá la
victoria de Hernández sobre Castro fue de 6 puntos. Conclusión: lo que en
Venezuela fue considerado por el gobierno como una conducta violenta y
delictual, se justifica en Honduras y motiva un intrusivo desconocimiento a la
soberanía popular del pueblo hondureño.
No alcanzarían las páginas de ningún diario
para reseñar las sopotocientas manifestaciones del llamado doble rasero o doble
estándar que emplea el chavismo para evaluar cualquier hecho. Manifestaciones
que se resumen en una célebre expresión no pocas veces repetidas por figuras
emblemáticas de la llamada revolución bonita: “Con los míos, con razón o sin
ella”.
Y por cierto, la ministra Rodríguez no
escapa a la práctica de la doble moral. Fresco está el recuerdo de la
amenazante prepotencia con la que actuó ante el personal de una lujosa clínica
de la urbanización Altamira, en el este de Caracas, a la que fue llevado su
hermano Jorge Rodríguez, hoy alcalde del municipio Libertador, cuando éste
sufrió un grave accidente de tránsito al conducir su muy proletario automóvil
último modelo marca Audi.
Razón tampoco le faltaba a la vox
populi cuando se preguntaba por qué razón la ministra no llevó a su hermano a
uno de los supuestamente muy modernos y bien dotados centros públicos de salud,
como tampoco cuando se preguntaba por qué el alcalde Rodríguez habita en una
opulenta urbanización fuera de su municipio y sus hijos cursaban en colegios
privados a los que acuden los hijos del mantuanaje capitalino.
Sería bueno saber en qué modesta
barriada del municipio Libertador vive la flamante ministra de Comunicación e
Información. Como bueno también sería que aclarase si ciertamente tiene o tuvo
una tienda no precisamente en el Mercado Popular de La Hoyada sino en el muy
revolucionario Centro Comercial San Ignacio, tal vez el más opulento de toda
Venezuela, como sostiene una fuente altamente confiable para quien esto
escribe.
Si vamos a hablar de doble moral,
hablemos pues. Pero siempre he dicho, y repito, que tener doble moral equivale
a no tener ninguna. Así que quien tenga rabo de paja es mejor que no se arrime
a la candela.
BREVES
20 años de la muerte de Cruz Villegas
El venidero sábado 11 de enero se
cumplirán veinte años de la muerte de nuestro querido padre, Cruz Villegas.
Nuestro viejo fue un fiel ejemplo de honestidad, firmeza en las convicciones,
rebeldía ante el sectarismo, el autoritarismo y el culto a la personalidad, de
respeto y consideración hacia el adversario, así como de entrega a la lucha por
la justicia social. Su recuerdo sigue presente en cada día de nuestras vidas.
El gran Gustavo Rodríguez
Dura prueba la que la vida le ha
puesto a mi querido Gustavo Rodríguez, ese gran actor que enaltece la
venezolanidad y que me honra con su amistad. Su fortaleza humana, con el
apoyo familiar y el afecto de todo un país, así como con el auxilio de la ciencia
y de la Providencia, a las que él se encomienda, le permitirán superar este
injusto trance por el que atraviesa.
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