Por Gustavo J. Villasmil-Prieto
“¡Serpientes!
¡Raza de víboras! ¿Cómo van a escapar del castigo del infierno?”
Mateo
23, 33-39
Hoy son un poco más
discretos, pero hasta hace algunos años solía uno encontrárselos por ahí o bien
circulando intensamente por las redes sociales. Habían estudiado en nuestras
universidades y quizás hasta coincidido con uno en algún curso o “guateque” estudiantil
de aquellos tiempos. Tal cosa sería imposible ahora, viendo como han prosperado
bajo el inefable paraguas de la “revolución bonita”. Solían ser tipos normales.
Nada hacía augurar, por allá por los 80, que devendrían en supermillonarios de
la noche a la mañana.
Basta ver hoy dónde y cómo
viven, siendo que copan sus perfiles en Facebook con fotografías en los lugares
más exóticos del mundo. ¿Playa El Agua en Margarita? ¡Qué va, estimado lector!
Ellos no meten un dedo si no es en las de las Bahamas o en Nikki Beach, en
Miami. ¿Barquisimeto en la procesión de la Divina Pastora? ¿San Cristóbal en la
Feria de San Sebastián? ¡Ni a palos! Porque las fotos vacacionales de
estos aventajados muchachos son con el Taj Mahal o la Torre Eiffel de fondo.
De las muchas denominaciones
que les acuñaran el público y la prensa ninguna más acertada y de mayor calado
que la de “enchufados”, moquete con el que este pueblo habrá de recordar por
siempre a la multitud de “limpios” que levantaron inmensas fortunas cuando descubrieron
que el mejor negocio en Venezuela no estaba en innovar, esforzarse y competir,
sino en insertar los polos negativo y positivo de su particular “enchufe” en
la para entonces tenida como inagotable fuente riqueza del estado venezolano.
Fue así como grises
estudiantes de clase media – si bien alguno que otro con ilustre apellido-
devinieron en magnates de la industria eléctrica; concesionarios de areperas en
ricos armadores a lo Onassis o Niarkos y tenientuelos “pata en el suelo”
(Chávez dixit) en potentados banqueros y campeones del aristocrático juego
del polo cuyos hijos se codean con el jet set en las aulas de la
Sorbona.
El expolio al que ha sido
sometida Venezuela bajo el chavismo no tiene parangón en la historia del mundo.
Hasta 2016, el Basel Institute on Governance estimó en ¡350 mil millones
de dólares! lo desfalcado por la corrupción en Venezuela, más del doble de la
deuda externa. No de otro modo se explica uno la actual inexistencia de
recursos financieros para cubrir los costos de la atención médica a la que el
venezolano tendría derecho constitucionalmente garantizado.
De acuerdo con la encuesta
realizada por mis colegas de la Sociedad Venezolana de Cardiología en
2017, más del 80% de los hospitales en Venezuela carece de dotación y
equipo para llevar a cabo un cateterismo cardíaco y más de la mitad no
dispone ni tan siquiera de la modesta estreptoquinasa para salvar el amenazado
corazón del paciente víctima del infarto de miocardio. Todo, todo fue
robado por aquellos que hace 20 años llegaron al poder prometiendo “freír las
cabezas” de los miembros de las llamadas “cúpulas podridas”.
Pero la compleja taxonomía
del “enchufado” venezolano abarca algunas otras subespecies. Ciertos ejemplares
que alegaron ser empresarios o técnicos “químicamente puros” y ¡hasta en
marchas de la oposición les vimos! Lo cual no fue óbice para luego figurar como
privilegiados contratistas del régimen o entre los bendecidos con asignaciones
de dólares preferenciales.
Otros son esos que a Mónaco
quizás no irán, pero que estarán siempre dispuestos a cualquier cosa con tal de
jamás ser destetados de las sabrosas ubres que les provee el “enchufismo”
chavista. Puede vérseles “pegados” como potentes ventosas ya sea en el servicio
exterior –ello pese a su elemental conocimiento del mapamundi- , las
burocracias internacionales que lloran a Venezuela desde Nueva York o París o
en bien en cómodas posiciones corporativas allende Maiquetía.
Después de mucho tiempo los
venezolanos hemos vuelto a saber de ellos. Desde Washington o Berlín alzan hoy
sus voces clamando por cambios en Venezuela: ellos, ¡los mismos que al simiano
grito de “uh-ah, Chávez no se va” nos trajeron a esto!
Resta aún un subtipo menor
de “enchufado”, quizás el que más familiar resulta para nosotros dada la
frecuencia con que nos lo topamos en la calle. Destacan por su penosa estética
en la que sobreabundan el silicón en ellas, el sobrepeso en ellos y el
invariable cortejo de camionetas 4×4 estacionadas sobre las aceras y
custodiadas por espalderos que les aguardan comiéndose una arepa fría mientras
ellos degustan los menúes de ciertos comederos en Las Mercedes o Altamira.
Establecimientos estos cuyos propietarios han entendido que el negocio consiste
en que el susodicho(a) se marche con la convicción de ser un(a) connaisseur en
materia de asopados, paellas y vinos pese a haber sido servidos con algo más
que un modesto arroz con pollo y una copa de sangría de Carora.
Son los “enchufados
menores”, civiles o de uniforme, entrenados para atrapar alguna que otra migaja
de las que ocasionalmente caen de las mesas de otros “enchufados” más
poderosos.
¡Ah, raza de víboras! ¡Tan
sabroso que han holgado entre cafés vieneses, ruesparisinas, playas
mayameras, lofts londinenses y botiquines caros en el este de
Caracas derrochando a raudales el dinero que aquí falta para curar a un
venezolano enfermo! ¡Vivianes que fingiendo una “sensibilidad social” que en
otro tiempo jamás expresaron, encuentran hoy en el “enchufe” el
perfecto modus vivendicónsono con aquello que siempre ambicionaron: el
carro de Bavaria, el outfit de firma, el whisky “mayor de
edad” y el reloj suizo de gran marca!
Hoy, la probabilidad de
morir a causa de un infarto agudo de miocardio en cualquier hospital público
venezolano es siete veces superior a la esperable. Nada hay que ofrecer a un
compatriota enfermo en un país en el que se lo han robado todo. Pero no por
ello arriamos las banderas de protesta –las mismas de nuestros años de
estudiantes- en la seguridad de que un tiempo mejor está por venir. Un tiempo
cuyo signo tendrá que ser, necesariamente, el de la más implacable justicia
11-08-18
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